¿El Padre de
la Patria?
Para Monteagudo y la alta jerarquía católica de la Nueva España, la
Constitución liberal de Cádiz era inadmisible, ya que pretendía la extinción la
Inquisición, la abolición del fuero eclesiástico, la reducción de los diezmos,
el remate de los bienes del clero, además de proponer la libertad de imprenta,
la de prensa y la de conciencia, Imposible olvidar que el clero contaba con 16
diócesis, mil parroquias y casi trescientos conventos y monasterios, con
policía secreta y sótanos de tortura, prisiones y ejercía un presupuesto al
menos 5 veces mayor que el del propio gobierno.
El clero nunca aceptaría una disminución de sus ingresos ni la pérdida
de su influencia ni del poder político y militar que había disfrutado durante
los 300 años del virreinato. Monteagudo tenía justificados motivos de
preocupación: el 7 de marzo de 1820 Fernando VII había sido obligado a jurar la
Constitución Cádiz y el liberalismo amenazaba con convertirse en una realidad.
Monteagudo y los suyos, organizaron la resistencia para lograr la
independencia de Nueva España, de modo que ningún mandamiento de la península,
inspirado en Satanás, afectara los privilegios y el sagrado patrimonio del
clero católico.
Cuando el virrey Apodaca juró la Constitución, Monteagudo, quien ya
había derrocado al virrey Iturrigaray en 1808, ignoró a la máxima autoridad
virreinal y cortó todo nexo con la Metrópoli para proclamar la independencia de
la Nueva España y excomulgar a quienes se atrevieran a jurar la Constitución
liberal española de 1812. De ahí que Iturbide afirmara que: “La independencia
de la Nueva España se justifica sólo para proteger a la religión católica”.
Para lograr la independencia de la Metrópoli, Monteagudo impuso a
Agustín de Iturbide, un militar corrupto y sanguinario, acusado de
fusilamientos innecesarios y de saqueos salvajes en las poblaciones en donde
los insurgentes habían intentado consumar la independencia.
Después de insignificantes encuentros armados, Iturbide, el futuro
emperador de México, brazo armado del clero, decidió cambiar la estrategia
militar por la diplomática, para lo cual se acercó a Guerrero, a Bravo y a
Guadalupe Victoria, para establecer la paz a través de promesas y embustes.
Guerrero, al final, aceptó sus planes y el Ejército Trigarante desfiló
triunfante por las calles del México “independiente”. Pero, ¿cómo aceptar un
desfile encabezado por quienes habían fusilado a Hidalgo, a Allende y a
Morelos? El ejército realista, enemigo de las causas republicanas y liberales,
defensor de la colonia y de la dependencia de España, ¿festejaba el final del
virreinato y celebraba jubiloso el nacimiento del México nuevo? ¿Y los insurgentes…?
Iturbide juró la independencia de España y propuso la adopción de una
monarquía moderada de acuerdo a una Constitución Imperial Mexicana, la cual se
promulgaría en el futuro, solo que cuando aquél invitó a Fernando VII o alguien
de su dinastía para gobernar al nuevo país y la invitación fue rechazada,
Iturbide se convertiría en el primer emperador del México “libre”.
El México liberal y
progresista, el llamado a impulsar transformaciones hacia una sociedad más
moderna, equitativa y democrática, basada en principios de libertad individual,
igualdad social, secularización del Estado y progreso económico y social, fue
enterrado hace más de 200 años. Juárez lo desenterró, pero a continuación se
dieron dictaduras como la porfirista, la diarquía Obregón-Calles, la Dictadura
Perfecta, hasta llegar a grandes zancadas a la tiranía morenista empeñada en
destruir el presente y el futuro de México como una peste maligna a la que
nadie ha logrado oponerse ni mucho menos, vencer.