¿El Padre de la Patria?

¿El Padre de la Patria?

          ¿El Padre de la Patria?

 

 

El verdadero padre de la independencia fue Matías Monteagudo, conocido por su lealtad a la corona española y por sus títulos de rector de la Real Universidad Pontificia, director de la Casa de Ejercicios de La Profesa y consultor de la Inquisición Mexicana, cuando él mismo sentenció a muerte a Morelos en 1815. La rebelión no detonó porque al final del virreinato 90% de la población no supiera leer ni escribir y el 60% ni siquiera hablara castellano y viviera en condiciones infames de pobreza, sino porque Fernando VII había sido depuesto del trono por Napoleón en 1808. Vale la pena recordar que Hidalgo se levantó en armas con un grito contradictorio, entre otros más: “Viva Fernando VII.” Sí: ¿Viva Fernando VII…?

 

Para Monteagudo y la alta jerarquía católica de la Nueva España, la Constitución liberal de Cádiz era inadmisible, ya que pretendía la extinción la Inquisición, la abolición del fuero eclesiástico, la reducción de los diezmos, el remate de los bienes del clero, además de proponer la libertad de imprenta, la de prensa y la de conciencia, Imposible olvidar que el clero contaba con 16 diócesis, mil parroquias y casi trescientos conventos y monasterios, con policía secreta y sótanos de tortura, prisiones y ejercía un presupuesto al menos 5 veces mayor que el del propio gobierno.

 

El clero nunca aceptaría una disminución de sus ingresos ni la pérdida de su influencia ni del poder político y militar que había disfrutado durante los 300 años del virreinato. Monteagudo tenía justificados motivos de preocupación: el 7 de marzo de 1820 Fernando VII había sido obligado a jurar la Constitución Cádiz y el liberalismo amenazaba con convertirse en una realidad.

 

Monteagudo y los suyos, organizaron la resistencia para lograr la independencia de Nueva España, de modo que ningún mandamiento de la península, inspirado en Satanás, afectara los privilegios y el sagrado patrimonio del clero católico.

 

Cuando el virrey Apodaca juró la Constitución, Monteagudo, quien ya había derrocado al virrey Iturrigaray en 1808, ignoró a la máxima autoridad virreinal y cortó todo nexo con la Metrópoli para proclamar la independencia de la Nueva España y excomulgar a quienes se atrevieran a jurar la Constitución liberal española de 1812. De ahí que Iturbide afirmara que: “La independencia de la Nueva España se justifica sólo para proteger a la religión católica”.

 

Para lograr la independencia de la Metrópoli, Monteagudo impuso a Agustín de Iturbide, un militar corrupto y sanguinario, acusado de fusilamientos innecesarios y de saqueos salvajes en las poblaciones en donde los insurgentes habían intentado consumar la independencia.

 

Después de insignificantes encuentros armados, Iturbide, el futuro emperador de México, brazo armado del clero, decidió cambiar la estrategia militar por la diplomática, para lo cual se acercó a Guerrero, a Bravo y a Guadalupe Victoria, para establecer la paz a través de promesas y embustes. Guerrero, al final, aceptó sus planes y el Ejército Trigarante desfiló triunfante por las calles del México “independiente”. Pero, ¿cómo aceptar un desfile encabezado por quienes habían fusilado a Hidalgo, a Allende y a Morelos? El ejército realista, enemigo de las causas republicanas y liberales, defensor de la colonia y de la dependencia de España, ¿festejaba el final del virreinato y celebraba jubiloso el nacimiento del México nuevo? ¿Y los insurgentes…?

 

Iturbide juró la independencia de España y propuso la adopción de una monarquía moderada de acuerdo a una Constitución Imperial Mexicana, la cual se promulgaría en el futuro, solo que cuando aquél invitó a Fernando VII o alguien de su dinastía para gobernar al nuevo país y la invitación fue rechazada, Iturbide se convertiría en el primer emperador del México “libre”.

 

El México liberal y progresista, el llamado a impulsar transformaciones hacia una sociedad más moderna, equitativa y democrática, basada en principios de libertad individual, igualdad social, secularización del Estado y progreso económico y social, fue enterrado hace más de 200 años. Juárez lo desenterró, pero a continuación se dieron dictaduras como la porfirista, la diarquía Obregón-Calles, la Dictadura Perfecta, hasta llegar a grandes zancadas a la tiranía morenista empeñada en destruir el presente y el futuro de México como una peste maligna a la que nadie ha logrado oponerse ni mucho menos, vencer.