Odio la palabra utilidades, odio expresiones incomprensibles como la capitalización de dividendos, odio a los empresarios, hambreadores del pueblo, despreciables saca dólares que con pretextos estúpidos apuñalan por la espalda a la nación al expatriar sus ahorros generados en México. Odio a los filántropos, cínicos defraudadores fiscales dedicados a deducir donativos espurios, disfrazados de supuestas ayudas sociales, de la misma manera en que odio a quienes generan riqueza, el origen de la envidia, de la delincuencia, de la violencia y finalmente de las revoluciones . Imponer la pobreza masiva, si fuera necesario mediante el uso de la fuerza pública, garantizará la convivencia civilizada.
Odio a los hombres de negocios, aun cuando con sus impuestos sostengan gobiernos. Su insaciable afán de lucro, su artero interés por quitarle algo a alguien a como dé lugar, me inducen al vomitar. Acaparan bienes como si resultaran disfrutarlos cuando ardan sus cenizas en el infierno. Odio definición como “capital humano”, un terminajo perverso al vincular el dinero, el excremento del diablo, con seres vivientes explotados y desechados al carecer de usos prácticos.
Odio a los pobres por inútiles, en realidad animalitos a los que se les debe acercar el alimento para que puedan sobrevivir. Los odio por ignorantes, por resignados, como odio también a los aspiracionistas, a todos; sin embargo, le agradezco a Dios que haya puesto en mi camino a millones de muertos de hambre, fáciles de manipular con mentiras y dinero para que voten por mi con o sin huaraches llenos de lodo seco.
Odio a los sabios graduados en universidades extranjeras, en donde aprendieron a robar con aprovechars mañas inentendibles para los ministerios públicos. Los doctores en economía sólo nos confunden al publicar estudios matemáticos antipatrióticos y tendenciosos. Odio cuando me recitan párrafos memorizados para colocarme frente a un espejo en el que no quiero verme reflejado.
Odio a los tecnológicos que forjan ratas letrineras para despertar aún más envidias sociales con sus ostentosos diplomas y bienes de los que carecen los marginados. Para lograr la igualdad destruyamos a la academia, el origen del mal, el nido de víboras en donde se incuban los odiosos técnicos sabelotodo que insultan y dominan al pueblo bueno con sus conocimientos. Ataquemos el mal de raiz. Al cerrar los institutos, todos seremos pobres y finalmente iguales…
Odio a quienes me contradicen e ignoran el poder de la luz con la que me distinguió la Divinidad. Perdona, Señor, a los directivos de instituciones autónomas porque ignoran que soy la mejor opción para dirigir a este rebaño extraviado: perdónalos al responder a intereses inconfesables… ¡Nadie puede estar en mi contra: he ahí mi justificado odio en contra de la prensa libre , que denuncia, entre otros temas, el asesinato de periodistas cuando se trata de simples suicidios…
Odio a los diplomáticos, esos repugnantes perfumaditos sólo útiles para presumir su pedigrí con sus anillos aristocráticos colocados en sus dedos meñiques manicurados. Odio a los jefes de familia que bloquean avenidas por no encontrar medicamentos para sus hijos, sin saber que son víctimas de la publicidad neoliberal, de la misma manera en que odio las protestas callejeras de las mujeres, cuando podrían estar como las escopetas, en un rincón y cargadas. Odio a quien propone energías limpias y baratas, meros cuentos de los tecnócratas para apropiarse de los tesoros de la nación. Odio a quienes insisten en que los extranjeros no sigan despojando de nuestro petróleo, odio a quienes se oponen a la construcción de Dos Bocas porque los autos serán eléctricos y todavía creen que no rescataré a Pemex de la quiebra de exportación crudo.
Pero, ¿cómo odiar a mi hijo que vive en un palacete tejano cuando yo mismo vivo en el palacio más ostentoso de México con 150 personas a mi servicio, obtuvo sueldos pagan sonrientes los contribuyentes? Allá mi hijo, un pirrurris si no cumple con sus obligados votos de pobreza.
PD: Párrafos tomados de mi próxima novela “Breve crónica de la envidia, el odio y el asco”.
—Francisco Martín Moreno es escritor y periodista mexicano que se ha especializado con maestría en la novela histórica. Puedes seguirlo en @fmartinmoreno