La Envidia me Devora

La Envidia me Devora

La Envidia me Devora

 

 

Si la envidia implica una mirada maliciosa o resentida hacia los logros o posesiones de otros, a mí, lo concedo, me corroe el éxito de varios países, cuando México podría competir en casi todos los escenarios siempre y cuando hubiera voluntad política y la 4T no insistiera en hacer de la economía nacional un automóvil con dos ruedas redondas y dos cuadradas…

 ¿Qué lector no envidia a países, en donde encarcelan a los expresidentes, como a Fujimori, Humala, Toledo y Castillo, en Perú, o Lula, en Brasil, o a Antonio Saca de El Salvador, entre otros más, como Nixon, obligado a renunciar por embustero, entre otros cargos más…?

¿Qué tal un México poderoso que acaparara caudales de capitales extranjeros destinados a crear bienestar y empleos en el contexto de un eficiente Estado de Derecho, o un país en el que los presupuestívoros estuvieran tras de las rejas y no se sangrara a las empresas con inadmisibles exacciones como el derecho de piso? ¿Qué tal que nuestros compatriotas no tuvieran que huir a Estados Unidos en busca del bienestar del que carecen en su propia patria? ¿Qué tal un México dotado de un sistema de salud pública gratuito y eficaz con medicamentos accesibles para todos? ¿Un país seguro en el que los ciudadanos tuvieran un empleo formal y la certeza de volver sanos y salvos a sus hogares? ¿No sería maravilloso que el 64% de las empresas ya no subsistieran en la informalidad y pagaran impuestos, y que sus operadores disfrutaran de derechos laborales, como las afores, el Infonavit, además de las pensiones y las jubilaciones? ¿Cómo no apoyar a un gobierno que resolvió la pandemia con un número insignificante de decesos, en lugar de asistir a la muerte desesperada por Covid, de 850,000 mexicanos, a quienes se les quería sanar besando escapularios, sin perder de vista los 250,000 homicidios dolosos, ni a los 110,000 desaparecidos en el gobierno anterior, el de supuesto bienestar?

¿No sería el sueño de cualquier contribuyente capitalino ver que la recaudación se convierte en impresionantes obras de infraestructura con tráfico fluido, respeto vial, nuevas estaciones de trenes subterráneos, policías defensores de los intereses sociales, con espléndidas zonas urbanas emergentes, sin asaltos ni secuestros ni asesinatos en la vía pública?  

¡Cuánta envidia me produce asistir a las salas de conciertos o de ópera, a universidades privadas o a hospitales, museos o parques públicos extranjeros, financiados por generosos donadores convencidos de ayudar a las tareas de gobierno! Y más envidia me produce llegar a otros países, en donde existen puertos para recibir hasta 10 inmensos cruceros con turistas y divisas destinadas a beneficiar a los pobladores locales. Imposible olvidar a los poderosos ferrocarriles que mueven a decenas de miles de pasajeros y miles de toneladas de carga más de 600 kilómetros por hora. ¡Qué envidia crecer al 7% anual sin las amenazas de las casas calificadoras que pueden echar por tierra nuestras posibilidades de progreso, ante la irresponsabilidad financiera de los morenistas! ¿Cómo no admirar a los gobiernos democráticos organizados de acuerdo a un orden jurídico, que respetan la voluntad electoral y los derechos humanos de los ciudadanos? ¿Cuál democracia? ¿Cuál división de poderes? ¿Cuál prosperidad compartida? ¿Cuál respeto a la voluntad electoral y a los derechos humanos en México? ¿Qué se hace, a diferencia de otras naciones prósperas, para evitar la muerte de ríos y lagunas por infición, o para cuidar el futuro de las siguientes generaciones, si no se atiende el desastre ambiental ni la catástrofe educativa?  

Con cuánta pasión aplaudiría el surgimiento de escuelas de arte, de música y de literatura para maximizar la felicidad y el desarrollo humano y rescatar nuestra cultura histórica. En otras latitudes enjuiciarían a quien regalara a escondidas petróleo o contratara médicos cubanos, en realidad agitadores profesionales o encerrarían con camisas de fuerza en manicomios, a quienes ahuyentaran a la inversión extranjera o estimularan la fuga de capitales o entorpecieran el nearshoring, o no abastecieran con energía y agua a industrias y poblaciones o no propusieran atractivos estímulos fiscales, todo ello enmarcado en una nueva fascinante ley de inversiones nacionales y extranjeras. Tengo muchas razones por las que estoy devorado por la envidia. ¿Qué hacer…?